jueves, 28 de enero de 2010

LA ALTA COSTURA



¿Qué sería de un desfile de moda sin un poco de drama? Aún así, en la fría noche de lunes en París uno podía imaginar la sangre caliente de Giorgio Armani a punto de la ebullición. Cinco días antes, el italiano había enviado una carta para expresar su disgusto porque la decisión de Dior de ofrecer dos pases de su colección le obligaba a retrasar su presentación hasta las nueve de la noche. "Es una acción que consideramos arbitraria y una falta de respeto", rezaba la afilada misiva.

Pero no era esta la única afrenta con la que el italiano, que se estrenó en la alta costura en 2005, habría de lidiar. Minutos antes de que su desfile empezara, la expectación era máxima... en el otro extremo de la ciudad. Desde Carlota Casiraghi hasta Carine Roitfeld, todos se apelotonaban en la piscina del Ritz para presenciar un desfile de Etam, accesible firma de lencería. La actuación "sorpresa" de Charlotte Gainsbourg y la contratación de la top model Natalia Vodianova como diseñadora estaban detrás de una convocatoria que remató con tintes paródicos la primera jornada de la semana.

¿Cómo puede una sucesión de picardías convertirse en la gran atracción de la cita con la creación de moda en mayúsculas? ¿Será que no existe ya tal cosa? ¿O que no importa a nadie? No ayuda a responder a estas preguntas ver a Tavi, una bloguera de 13 años, salir del desfile de Armani separada de su padre por una nube de fotógrafos y enfrentándose a ellos con una dignidad capaz de rivalizar con la de Anna Wintour. Es difícil no sentir cierta nostalgia de los tiempos en los que ese tratamiento se reservaba a personajes como Anne Hathaway, Tina Turner o Elsa Pataky.

Esta galería de incondicionales cumplió, en todo caso, con su papel y recibió con muecas de éxtasis el paseo lunar del diseñador italiano. Materiales iridiscentes, bordados que simulaban cráteres y pantalones ergonómicos articulaban una colección en la que se encontraban dos improbables compañeros de cama: la tradición artesanal de la alta costura y la innovación de la ingeniería espacial. Una búsqueda de la modernidad metálica en la que coincidió con Karl Lagerfeld que presentó, el martes por la mañana, su colección para Chanel.

En la puesta en escena de la casa francesa hubo mucho de demostración de fuerza. Sofás metalizados y 25 columnas cubiertas con más de 4.000 tubos de neón ofrecían un sorprendente entorno futurista a pocos pasos de la boutique fundacional de la casa, en la rue Cambon. Era imposible no sentir el efecto que un reciente viaje a China había causado en Lagerfeld. O la necesidad de conectar con los potenciales clientes asiáticos. La lacerante modernidad del perfil urbano de Shanghai se tradujo, sin embargo, de forma poco literal: en una tensión entre la frialdad del metal y la suavidad de los esponjosos drapeados. Neón barroco, lo llama Lagerfeld.

El desfile empezó calmado. Mecido por las caricias de los tonos pastel, punteados por bordados en plata. El malva dejaba paso al salmón y al verde menta en un crescendo que culminaba en amarillo ácido para volver a la placidez del blanco y rosa degradé. El virtuosismo técnico se le supone a la firma. Aún así, apabulla en una capa realizada -durante 700 horas de trabajo- a partir de redondeles de satén rosa, fruncidos y cosidos entre sí. Y encandila en gestos más sutiles, como las costuras "escondidas" que dejan un rastro parecido a una cicatriz. Son necesarias tres horas para coser a mano así un metro de tela. Por desgracia, esta clase de detalles con semejante sainete alrededor acaban estos días relegados aquí: a la línea final de una crónica.

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